domingo, 13 de marzo de 2011

LOS ANDALUCES, por José Hierro

Atín Aya, Paisaje con duna en el camino de Doñana, 1991-1996.

José Hierro (1922-2002) dedicó en su Libro de las alucinaciones (1964) un poema a "Los andaluces". Había coincidido con muchos andaluces en las cárceles de la posguerra franquista, y los recordaba temblando de frío, con sus ropas delgadas, telas tejidas para cantar y morir siempre al sol. Parecían hechos de indiferencia, pobreza, latigazos, obligados a soportar el frío de Ocaña, la nieve de Burgos, el viento helado del mar de El Dueso. Decían "Ojú, que frío". Un espantoso, tremendo, injusto, inhumano frío. Pasados los años, al viajar por Huelva o Jaén, veía a los muchachos en las plazas de cal, y se acordaba de sus padres, de aquellos andaluces compañeros de cárcel, que no dejaban ni siquiera sombra al caminar por los pasillos y los patios, más solos que ninguno. La pobreza obliga a la humillación, a una silenciosa dignidad, sobre todo en años de derrota, cuando las ilusiones y la rebeldía acaban de ser pasadas por las armas. La historia dejó secuelas, el tiempo de las cárceles fue desplazado por el tiempo de la emigración, y los muchachos de las plazas de cal hicieron sus maletas de cartón y viajaron al norte, a los suburbios de París o de Frankfurt, para seguir pasando frío, ¡ojú, que frío!, y para que un poeta como José Hierro les deseara un grano de trigo, una oliva verde, el aliento de la tierra, el párpado del sol, "para ayer, para mañana, para rescataros... Quiero que despierten del pasado de frío". (Texto de Luis García Montero, http://www.elpais.com/articulo/andalucia/andaluces/elpepuespand/20070127elpand_8/Tes).


LOS ANDALUCES

Decían: “Ojú, qué frío”;
no “Que espantoso, tremendo,
injusto, inhumano frío”.
Resignadamente: “Ojú,
qué frío...” Los andaluces...

En dónde habrían dejado
sus jacas; en dónde habrían
dejado su sol, su vino,
sus olivos, sus salinas.
En dónde habrían dejado
su odio... Parecían hechos
de indiferencia, pobreza,
latigazo... “Ojú, qué frío”.
Tiritaban bajo ropas
delgadas, telas tejidas
para cantar y morir
siempre al sol. Y las llevaban
para callar y vivir
al frío de Ocaña y Burgos,
al viento helado del mar
del Dueso... Los andaluces...

Éstos que están esperando,
desde Huelva hasta Jaén,
desde Jaén a Almería,
junto a las plazas de cal
y noche, deben de ser
hijos de aquellos. Esperan
que alguno venga a encerrarlos
entre rejas. Como aquellos,
no preguntarán por qué.
No se quejarán de nada.
Ni uno se rebelará.
“Las cosas son como son,
como siempre han sido, como
han de ser mañana... Ojú,
qué frío...” Los andaluces...

Apenas dejaban sombra,
sonido, cuando pasaban.
Se borraban sus cabezas.
Tan sólo un inmenso frío
daba fe de ellos. Y aquella
dejadez que rodeaba
su fragilidad. Más solos
que ninguno, más hambrientos
que ninguno... (Deseaba
que odiasen, porque los vivos
odian. Los vivos perdonan.
El hombre es fuego y es lluvia.
Lo hace el odio y el perdón.)
Indiferentes: “Ojú,
qué frío...” Los andaluces...

Un grano de trigo. Una
oliva verde. (Guardad
el aliento de la tierra,
el parpadeo del sol
para ayer, para mañana,
para rescataros...) Quiero
que despierten del pasado
de frío, de los cerrojos
del futuro. Todo está
tan confuso. Yo no sé
si los veo, los recuerdo,
los anticipo...
                    Hace pocos
kilómetros tuve aquí,
en mi mano, la madeja
de los días. La emoción
de los días. Como un padre
que olvidó hace tiempo el rostro
de los hijos muertos. Y ahora
los recuerda. Y ahora vuelve
a olvidarlos, unos pocos
kilómetros más allá.
Olvidados para siempre...

Cuántos años hace de esto.
O cuántos faltan para esto
que hace un momento viví
por los caminos… –ojú,
qué frío− de Andalucía.

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                   José Hierro, “Los andaluces”, Libro de las alucinaciones (1964) Ed. de Dionisio Cañas, Madrid, Cátedra, 1998, págs. 124-126.

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