jueves, 10 de marzo de 2011

LAS GALERÍAS SUBTERRÁNEAS DE CÁDIZ, por Francisco Ponce Cordones

Muchas imágenes y detallada expliación en http://cuevasdemariamocos.jimdo.com/
Galerías de los glacis de Puerta de Tierra conocidas popularmente como las cuevas de María Moco.

     Cádiz, nave de piedra, según feliz expresión de ese gaditano inol­vidable que se llamó Miguel Martínez del Cerro, es efectivamente una nave, pero una nave blindada. Sus castillos, baluartes, plataformas y baterías se asemejan con gran propiedad a las baterías, casamatas, reductos y torres de los cruceros de batalla y de los acorazados.
Cádiz, en realidad, ha sido siempre una plaza fuerte. Desde el tiempo mismo de su fundación, 1104 años antes de Jesucristo, Cádiz ha debido contar con un recinto amurallado y ha sabido, por consiguiente, de los adelantos propios a la poliorcética de cada momento. El mismo nombre semítico de Cádiz, como es sabido, equivale a "lugar vallado o cercado de muros", "reducto", "cerca", "fortaleza" o "castillo". Por esa razón, no ha de extrañar que como secuela de lo dicho, el suelo y el subsuelo gaditano aparezcan plaga­dos de instalaciones y obras militares de todo tipo y de todo tiempo.
Ya en la Antigüedad, el célebre tratadista Marco Vitruvio (De Arch.; X, 13, 1) se hacía eco de la afirmación que para batir las mura­llas de Cádiz, los cartagineses recurrieron al ariete, un artificio inventado "ad hoc" por un carpintero de ribera llamado Pefrásme­nos, natural de Tiro, que se hallaba aquí al servicio de los púnicos. Esta condición de "recinto amurallado" debió persistir durante muchos siglos y, aunque Rufo Festo Avieno, en el siglo IV, conociera a nuestra ciudad convertida en un ingente "montón de ruinas" (O.M.; v. 272) y luego quedara reducida a la condición de pequeña aldea de pescadores, la idea de recinto amurallado no debió perderse por completo. Prueba de ello es que ya en los años finales de la dominación árabe y en los primeros tiempos de la Reconquista tenemos noticias de castillos, murallas, pasadizos y obras varias de carácter militar. Complemento de estas instalaciones son las numerosas galerías subterráneas existentes en nuestra ciudad, que se agrupan en dos tipos distintos, con misiones diferentes: las construidas en los glacis de Puerta de Tierra y las que discurren por el Cádiz de intramuros, es decir, por el casco urbano antiguo.
Completado el recinto abaluartado moderno a mediados del siglo XVIII con la construcción de las murallas y glacis de Puerta de Tierra y hecha la delimitación del correspondiente campo exterior o zona polémica, se dotó a este conjunto de todos los recursos necesarios para resistir un prolongado asedio y rechazar un ataque en toda regla. Fue así como se construyó el complejo sistema de galerías, pasadizos, minas y contraminas que horadan la zona del campo exterior contigua al foso de las murallas citadas. Estas galerías, conocidas popularmente con el nombre de “cuevas de María Moco” −según se dice, del nombre de una gitana que las habitó cuando ya habían perdido su valor militar− forman una enmarañada red, cuyo plano reproducimos gracias a la amabilidad del coronel Pettenghi. Este plano, obra del delineante Antonio Ruiz Hurtado, se conservaba en el Gobierno Militar de la plaza enmarcado en la sala contigua al despacho del Jefe de Estado Mayor. El trazado de las contraminas puede verse también en la maqueta de la ciudad existente en el Museo Histórico Municipal, realizada en 1779 por el teniente coronel ingeniero don Alfonso Ximénez[i].
Como es sabido, la acción demoledora de los temporales de la llamada antiguamente "banda del vendaval", golpeando continuamente los lienzos y cortinas de la muralla que da al mar, ha sido causa de la ruina de ésta, por lo que en el transcurso de los años, al derrumbarse dicha muralla, han ido quedando al aire algunos de estos subterráneos, muy visitados luego por la chavalería gaditana de otros tiempos. La edificación del terreno urbanizado en los glacis y en el área de Bahía Blanca y de Santa María del Mar, por otra parte, ha descubierto muchos trozos de las citadas galerías al hacer los cimientos de modernas construcciones. La Delegación de Hacienda, la clínica ginecológica del Dr. Rubio y el edificio del Banco de España, entre otros, son algunos de los ejemplos más conocidos en este sentido.
En un interesantísimo estudio sobre las fortificaciones gaditanas llevado a cabo por el malogrado estudioso Víctor Fernández Cano[ii] se describen y detallan los distintos proyectos redactados por el marqués de Verbom, Ignacio Sala, Martín Cermeño y otros ingenieros militares para completar la red de contraminas anejas al frente de tierra de las murallas de Cádiz, construidas por los años 40 y 50 del siglo de la Ilustración, y en un cuidado plano de José Barnola existente en el Servicio Geográfico del Ejército, firmado en 1º de enero de 1754, se muestra detalladamente un corte longitudinal de una de estas contraminas, la llamada de la Punta de la Vaca, cuya galería aspillerada servía para batir la playa contigua y defender la gola del fuerte del mismo nombre.
De todos es conocido que la vigorosa dinámica empleada en las operaciones de asedio consistía en volar las contraminas antes de que el enemigo consiguiese alcanzar con sus minas la línea de murallas, destruyendo así su trabajo de zapa. Durante nuestra guerra civil, el Alcázar de Toledo y la Ciudad Universitaria de Madrid fueron escenarios encarnizados de este tipo de lucha. En Cádiz, sin embargo, nunca hubo lugar ni posibilidad de practicarla, ya que, si bien la plaza llegó a ser ocupada militarmente en algunas ocasiones –ataques del conde de Essex (1596) y del duque de Angulema (1823), entre otros−, nunca sufrió un asedio formal desde terrenos contiguos a la muralla del frente de tierra.

La segunda serie de galerías subterráneas de Cádiz la forma una línea de comunicación bajo tierra cuyo conocimiento es antiguo –según se desprende de una difusa tradición popular−, pero sobre cuya existencia no hay prácticamente más información documental que la muy breve facilitada por algunos escritores locales del siglo XIX, como José N. de Enrile[iii] o los hermanos Vera y Chilier[iv], y también por el conde de Maule[v] en escasas páginas de sus obras. Pero por cortesía de don Federico Joly, poseedor de un curioso plano (nº 64 de su colección) donde aparecen trazados los citados conductos, tenemos la suerte de conocer tan singular construcción. Desgraciadamente, sin embargo, no ha sido posible localizar la memoria correspondiente, a la que sin duda debería ir unido el plano en cuestión, por cuya causa estas noticias no son lo amplias y detalladas que sería de desear. La información que se ofrece corresponde a un trabajo de inspección y reconocimiento de los conductos o galerías antiguas ordenado por el ingeniero director de fortificaciones de nuestra ciudad y efectuado por su ayudante Serafín Manzano en el año 1837.
Las galerías mencionadas, reputadas de origen medieval, se supone corresponden a los conductos de acceso y escape del Castillo Viejo o Castillo de la Villa que, como es de general conocimiento, se alzaba en lo alto de la calle San Juan de Dios, junto al arco de los Blancos, y fue derribado en 1847. Uno de estos conductos subterráneos arrancaba de dicha fortaleza y después de internarse en el barrio de Santa María, llegaba hasta un lugar contiguo a la puerta de Tierra −¿acaso la antigua puerta del Muro?−, siguiendo un trazado bastante regular, aunque en algunos puntos (caso del tramo que discurría por la llamada Huerta del Hoyo) muy deteriorado. Es tradición que esta galería continuaba por fuera de lasfortificaciones de la puerta de Tierra hasta un lugar próximo a la derruida plaza de toros en la actual plaza de Asdrúbal. La construcción de las murallas, fosos y glacis de Puerta de Tierra en el siglo XVIII cortó este conducto, por lo que en el plano de Manzano parece que termina en dicho punto, si bien es evidente que el trozo que discurría por Extramuros ha debido aparecer reiteradamente en la cimentación de las nuevas construcciones allí efectuadas en los últimos años.
Un segundo ramal subterráneo iba desde el castillo en busca de la puerta del Mar y del sitio del Boquete, tramo este que en el momento de la inspección se hallaba parcialmente anegado, debido a su baja cota y a filtraciones de las aguas de la bahía. Posiblemente este trozo se construiría a cielo abierto y luego se cubriría convenientemente, disimulando su trazado.
Por último, a partir del castillo −seguramente valiéndose de las galerías del teatro romano y con un trazado que pormenoriza Vera y  Chilier, que indica la existencia de varios pequeños ramales y divertículos− la línea principal cruzaba el barrio del Pópulo y, pasando  por la Catedral, iba a buscar la iglesia de Santiago. Desde este punto se encaminaba hacia el convento de San Francisco a través de la parte baja de la ciudad, hallándose grandes trozos de este circuito completamente arruinados, sobre todo, en el tramo comprendido  entre Candelaria y Columela. Al llegar al citado convento de San Francisco, la línea seguía un camino un tanto impreciso, pues si bien la rotulación del plano indica que el trazado moría en la Caleti­lla de Rota, es decir, junto al monumento al marqués de Comillas,  en la Alameda, la realidad y por la dirección marcada en el citado plano aparece que la galería llegaba hasta la capilla del Caminito, junto al rediente de la batería de la Escalerilla, donde hasta hace poco tiempo se alzaba la Cruz de los Caídos. Una pequeña embarcación en este punto y otra en el Boquete parecen insinuar en el plano el medio para escapar o para abastecer a una guarnición sitiada.
Don Manuel Accame, aparejador municipal durante muchos años, recuerda haber visto en un socavón  formado en la plaza  de Mina esquina a Antonio López una entrada de esta galería, cosa muy inverosímil, dado que esta plaza fue la huerta del convento de  San Francisco hasta los años de la desamortización de Mendizábal.
Aunque poco explícito en textos informativos, creemos que este  valioso documento será capaz de suscitar el interés de los gaditanos por la cuestión y acaso hasta hacer que algún aficionado a la espeleología intente imitar la hazaña llevada a cabo por Serafín Manzano antes del 18 de abril de 1837, en que aparece firmado el plano objeto de este comentario.
Todavía existe una última conducción subterránea: la que en su tiempo sirvió para el desagüe del arroyo de la Zanja o del Salado en La Caleta, cuyos restos aparecieron hace algunos años en la calle Doctor Marañón, pero sobre este extremo no nos extenderemos ya  que, a pesar de sus notables dimensiones, no se trata de una obra de carácter militar.
Evidentemente, las entrañas del suelo gaditano están  llenas de sorpresas que, de una forma o de otra, van aflorando lentamente cada día, contribuyendo de esta forma al mejor conocimiento de nuestro siempre interesante pasado histórico.
Francisco Ponce Cordones, "Las galerías subterráneas de Cádiz", Diario de Cádiz, 11 de diciembre de 1988  y en Anales de la Real Academia de Bellas Artes, n° 7, 1989. Recogido en Gades, Gadium, Gadibus, Cádiz, Fundación Unicaja, 2007, 211-216. Planos, en 217-219.
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Es una colaboración de Mª Carmen Brea Romero


[i]  Ver también Mariano de Retegui, Rasgos humanos y cosas antiguas de Cádiz, Cádiz, 1971, pp. 28 a 30.
[ii]  Víctor Fernández Cano, Las defensas de Cádiz en la Edad Moderna,, Sevilla, 1973, pp. 121 y ss.
[iii]  S.G.E., Arm. G; tab. 8; cart. 4, nº 701. José Nicolás de Enrile, Paseo histórico-artístico por Cádiz, Cádiz 1843, pp. 36 y 37.
[iv]  Juan Antonio y Francisco Vera y Chilier, Antigüedades de la isla de Cádiz,  Cádiz, 1887, pp. 117 y 118.
[v]  Nicolás de la Cruz y Bahamonde, conde de Maule, Viaje de España,  Francia e Italia, Madrid, 1806 y Cádiz, 1813. Tomo 13, pp. 155 y 156.

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