jueves, 24 de febrero de 2011

CUANDO EL CÁDIZ SUBIÓ A PRIMERA, por Ana Sofía Pérez-Bustamante

África Mayi Reyes (Kalysee), Fiesta de ascenso de Cádiz C.F. a Primera División, 2005 (http://www.flickr.com/photos/afri/62976886/in/photostream/)
                                              
  CÁDIZ ERA UNA FIESTA

         No soy nada futbolera, pero quién no se conmueve cuando toda una ciudad levita de emoción. El primer gol del Cádiz fue un rugido plural que salió de las ventanas y rebotó en vibrante crescendo por los muros sonoros de los horrendos bloques donde vivo. El segundo me pilló en la playa: berridos tribales bajo el sol, todos aquellos pareos coleccionables del DIARIO en frenética danza, y los niños aborígenes igual, con su pulserita bicolor. Los semáforos del paseo se pusieron todos en ámbar, como guiños amarillos al cielo siempre azul, y entre bocinas y banderas empezaron a desfilar las gaditanas hordas familiares por la Avenida. Cádiz era una fiesta del tamaño de París. De los bares salían los hinchas con esa mirada hiperamistosa que van dejando las cervecitas: nada como una victoria compartida y bien regada para que triunfe el espíritu de la Libertad-Igualdad-Fraternidad, y más aquí, en la cuna de la Constitución del 12. ¡Viva la Pepa! Por la calzada pasaban las huestes locales con camisetas amarillas (reglamentarias o no: “Beba Cruzcampo”, “Amo Brasil”, amarillamente da igual): docenas, cientos, miles. La gente se paraba para mejor verse a sí misma desfilar (Andalucía es exhibicionista: lo dijo Ortega y Gasset y sigue siendo verdad). No era chauvinismo hostil: era apoteosis del carisma de una afición curada de todo espanto, que se muere de risa de verse otra vez en primera división. Carisma y cachondeo.
          Los entusiastas se bañaban antes de que acabara el partido en los dos dedos de agua del estanque de Puerta de Tierra. Los fieles se tiraban en plancha sobre la laminilla acuática frente al Instituto Hidrográfico. No hubo fuente o charco sin hincha en busca de cardenal amarillo y azul. El claxon de los coches contaminó sonoramente hasta las mil el cielo marino, y el aullido totémico (ESE CÁDIZ, OÉ) tiñó de gaditanidad el pis de la movida. Igual comportamiento se observó en otras localidades provinciales, como Villamartín. No se libró ni Madrid, donde existe una peña cadista denominada “Kilómetro 0-Cádiz 2”, igual que existen tres barcos norteamericanos de la Sealand que un día salieron de astilleros con el escudo y el eslogan del Cádiz pintados en el bulbo. Al día siguiente, cuando fui por el periódico, el Café Santé de la Plaza Asdrúbal lucía este prudente cartel: “Sres. Clientes: esta tarde a las 18:00 estaremos aquí para sufrir juntos con el Canal +. Luego iremos a celebrar el resultado. Mañana estaremos cerrados porque no sabemos cómo acabaremos”. El lunes había quien todavía pescaba futbolizando la playa Victoria con su equipación. Euforia trimilenaria. OÉ, OÉ, OÉ.

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                                                   Ana Sofía Pérez-Bustamante, “Cádiz era una fiesta” (Columna vertebral), Diario de Cádiz, martes 21 de junio de 2005, pág. 16

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