miércoles, 8 de diciembre de 2010

6. Ora marítima, de Rafael Alberti


Naves fenicias. Palacio de Sargón II. Khorsabad (Iraq), s. VIII a.C.
Museo del Louvre, París


Los fenicios se establecieron en las Gadeiras para comerciar con Tartessos, una cultura local rica en ganado (toros, bueyes, caballos) que explotaba las ricas minas metalíferas de plata y cobre de lo que hoy es la zona que va del Algarve portugués a Sierra Morena y, por la costa, hasta Granada, Almería y el bajo Levante. Es fama que los tirios trajeron el cultivo del olivo, la púrpura, algunas técnicas de extracción minera y de orfebrería, y el alfabeto. También se sabe que los fenicios comerciaron con los israelitas, de modo que Gadir se menciona indirectamente en la Biblia: el rey Hiram de Tiro (s. X a.C.) fue aliado de los reyes David y Salomón, a quienes suministró materiales suntuarios para la construcción del Templo de Jerusalén.

Todos estos datos convergen en el famoso poema de Rafael Alberti “Los fenicios de Tiro fundan Cádiz”, que se abre con una cita de Estrabón (siglo I a.C.). El poema constituye el centro justo del libro Ora marítima, que el portuense publicó en 1953 dedicándoselo “A Cádiz, la ciudad más antigua de Occidente, que abrió los ojos a la luz del Atlántico en el año 1100 a.C., al celebrar ahora su tercer milenario le ofrece desde lejos este poema un hijo fiel de su bahía”:

LOS FENICIOS DE TIRO FUNDAN CÁDIZ

…dicen recordar los gaditanos que cierto oráculo mandó a los tirios fundar un establecimiento en las Columnas de Heracles. Los enviados para hacer la expedición llegaron hasta el estrecho de Calpe, y creyeron que los promontorios que forman el estrecho eran los confines de la tierra habitada y el término de las empresas de Heracles. Suponiendo entonces que allí estaban las Columnas de que había hablado el oráculo, echaron el ancla en cierto lugar de más acá de las Columnas, allí donde hoy se levanta la ciudad de los exitanos. Mas como las víctimas no fueron propicias, entonces se volvieron. Tiempo después, los enviados atravesaron el estrecho, llegando hasta una isla consagrada a Heracles, situada junto a Onuba, ciudad de Iberia y a unos mil quinientos estadios fuera del estrecho. Como creyeron que estaban allí las Columnas, sacrificaron de nuevo a los dioses. Mas otra vez fueron adversas las víctimas y regresaron a su patria. En la tercera expedición fundaron Gadeira, y alzaron el santuario en la parte oriental de la isla, y la ciudad en la occidental.
Estrabón, Geografía

… Y así naciste, oh Cádiz,
blanca Afrodita en medio de las olas.
Levantadas las nieblas del Océano,
pudiste en sus espejos contemplarte
como la más hermosa joven aparecida
entre la mar y el cielo de Occidente.

Traías en tus manos fenicias el olivo
y un collar para Tarsis,
para su poderosa garganta plateada.
En ella se abrasaron tus ojos, sobre ella
reclinaste la frente, y fuiste rica,
la avara marinera que en el viento
de Nuestro Mar tendía, victoriosa, su nombre.
Así en las infernales
brumas dolientes del Ocaso abriste
las Puertas Gaditanas
como las arcas del más bello tesoro.
Sobre tus dos entrelazados mares,
Hércules, venerada luz, ardía,
divina fuerza, sol de la aventura.

Ya el fin del mar, los límites del mundo
en ti no se encontraban.
Tú misma los borraste con tus naves,
oh clara estela del Oriente, oh soplo,
brisa inicial, anunciador camino.

Como reina de todos los metales,
reluciste en el trueno y el relámpago
de la celeste voz de los profetas.
La plata que de Tarsis alzaban tus navíos
llena está de sus sílabas ardientes.

Dijo Ezequiel a Tiro, oh Cádiz, madre tuya:
“Tarsis contigo comerció, debido
a la gran multitud de sus productos.
La plata, el plomo, el hierro y el estaño
ella los dio en tus ferias.”

Y también Isaías dijo a Tiro,
oh Cádiz, madre tuya:
“Y las naves de Tarsis
salen para traer tus hijos de muy lejos
cargados con su plata.”

Y dijo Jeremías,
alabándote, oh Cádiz, tus tesoros:
“De Tarsis traerán la plata martillada,
que vestirán de cárdeno y de púrpura
las manos del artífice”.

Cargada está la mar de tus naves, henchidas
con el viento solano están sus velas.
Anclas de plata, no de plomo, lucen
por los azules puertos asombrados.
Oigo los cantos de tus marineros,
oigo sus remos dando en las espumas,
oigo un clamor antiguo que hoy me llega
batido por el sol de tus dos mares.

Taza de plata ya, vaso de luz, esplendes
entre las olas desde tus orígenes.
Así mi corazón te guarda, así lo habitas
desde aquel tiempo, oh Cádiz, que tus ojos
en mis dunas mirándote me vieron
y arrodillada sobre el mar me hablaste.

Rafael Alberti, Ora marítima (1953), Ed. Gregorio Torres Nebrera –junto a Retornos de lo vivo lejano−, Madrid, Cátedra, 1999, págs. 287-290.

Alberti sigue aquí la costumbre, que viene de la poesía clásica, de elogiar la belleza de la ciudad como si se tratara de una mujer, y así la equipara a Venus, la diosa surgida de las olas. En la plata de Tarsis pone el poeta el origen del apelativo “tacita de plata”, lo cual “se non è vero, è ben trovato”. Este poema creo que debe ser leído, o mejor escuchado, acercándose a Cádiz en un barco que cruzase la bahía.


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